Desgana, desánimo, caso omiso, indiferencia y mucho más producido por una sola palabra: estudiar. Sentarse delante de un libro, tomar apuntes, memorizar, relacionar conceptos, hacer los deberes, en definitiva: intentar labrarse un futuro, no es tarea fácil y en la actualidad más bien pocos alumnos la ejercen. ¿No es bastante duro estudiar rodeados de incompetentes, cuya máxima preocupación es el color de su moto, como para que el sistema educativo dificulte aún más esa tarea?
Clasificar a la gente es fácil para los adolescentes. Así, en un instituto podemos encontrar grupos que poseen apodos según su vestimenta u otros aspectos. Sin embargo, se podrían englobar en solo dos grupos: los que estudian y los que no. El ministerio de educación y cultura ha decidido que para evitar el fracaso escolar en vez de exigir más y de una forma más severa, hay que bajar el nivel. Para ello nacen genialidades como aquella que permite pasar de curso con tres asignaturas suspensas siempre que el equipo educativo lo apruebe.Sin embargo, si tiene tres asignaturas suspensas, ¿no será porque no tiene el nivel suficiente como para pasar de curso?
Definitivamente, nos hemos vuelto locos. Con remedios como esos conseguiremos lo que los políticos quieren: un mayor índice de alumnos que pasan de curso y por consiguiente una mejor fama en el ámbito de educación frente a otros países. La verdadera educación se ve desplazada a un segundo plano, algo nada beneficioso para los estudiantes.
Por otro lado, el fracaso escolar viene dado por la obligación existente de hacer que personas que no quieren estudiar tengan que hacerlo. Esas personas obligadas a estudiar lo único que hacen es ocupar un asiento en una clase ya que o pasan desapercibidos o todo lo contrario: son los principales alumnos encargados de generar la violencia escolar.
Permítanme decir que, por lo que se comprueba año tras año, la educación es una pantomima: ya no importan las notas para las becas ni el esfuerzo de una persona día tras día, importa cuánto dinero gana la familia; ya no importa cuánto se aprende o cómo se evoluciona, importan las estadísticas falsas y mentirosas que solo informan de la parte más superficial de la educación de un alumno; ya no importa el nivel y la calidad de la enseñanza, sino el número de aprobados aunque para que éste sea alto haya de ser a costa de un pésimo nivel.
Si queremos un país de fracasados en apenas 10 años, vamos por el buen camino. ¿Cómo pretender que un grupo de personas levanten y hagan progresar un país que anteriormente no les enseñó nada, o que simplemente no quisieron aprender? Alguien no sabe más porque un informe lo diga, o porque quede constancia en un papel. Hacer que una persona sin suficiente nivel pase de curso como aquél que sí ha aprendido no es más que un engaño para todos. No se trata de bajar el nivel sino de subir la exigencia. Solo así iremos camino al progreso.
Por Leonor Pinto Sánchez-Matamoros, 1ºBach. B
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