Suena el despertador, son las 7:45, debo salir a las 8:00, aún tengo que desayunar, asearme, mi madre está gritando y recordándome lo tarde que llego, mi padre se queja de lo mucho que trabaja, mis hermanos protestan, están adormilados todavía, el cuarto de baño está ocupado y la leche demasiado caliente.
Pasado este pequeño ‘infierno’, comienza el verdadero ‘infierno’. Estoy entrando en el instituto al tiempo que suena el timbre. Miro el reloj, me queda un minuto para recorrer la larga distancia que hay hasta mi aula. Estoy jadeando, y veo que el profesor va delante de mi y no puedo alcanzarlo. La mochila tira de mí, el de guardia avisa “vamos, vamos...”, los pequeños se cruzan... Quiero encargar el bocadillo, pero no puedo, no me da tiempo, la cabeza está aún en la cama y no pienso...
Por fin llego, abro la puerta, todos me miran y me pregunto si olvidé peinarme: no, todos me miran porque tengo un mechón mirando para Burgos. Creo que la indeleble señal de las sábanas arrugadas aún permanece en mi cara y en el resto del cuerpo.
¡Horror! El jersey no pega con los vaqueros, pero lo tremendo es que hoy tenemos E.F. Arrojo la mochila al suelo, cojo el libro, ¿por dónde vamos?, se me olvidó la libreta, ¿alguien tiene un bolígrafo que prestarme?, me apaño con otra libreta, ¡mala suerte!, el bolígrafo no pinta, bien, me lo llevo a la boca inconscientemente, ¡qué horror! ¡el bolígrafo ya está mordido!
Me pregunta el profesor por un ejercicio y digo el socorrido “se me olvidó la libreta”. Quedo fatal porque nadie se lo cree, pero ¡ES VERDAD! ¡Oh!, el profesor está repartiendo el examen que tanto he estado esperando. De repente, observo un cuatro en rojo, rodeado a la perfección y con una nota adjunta que dice: ‘necesitas mejorar la expresión y estudiar más, de seguir así, suspenderás la evaluación’.
Claro que todo iría mejor si me levantara un cuarto de hora antes, si mi familia no gritara tanto, si no hubiera tantas cuestas en esta ciudad, si me compraran la moto prometida, si en el instituto no hubiera tanto, tanto y tanto pasillo, ni mi ‘jaula’ estuviera en el último rincón del instituto.
Y lo que es peor, siempre hay un compañero/a que te dice “¡Nada de esto te pasaría si comieras ‘Donuts’!”
Y luego dicen que la publicidad no influye mucho en nuestras vidas...
Mª Eugenia
miércoles, 5 de marzo de 2008
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